Según cuenta la leyenda, el ajolote es el dios azteca del fuego y el relámpago, Xolotl, que se disfrazó de salamandra para evitar ser sacrificado. Pero estos anfibios mexicanos son lo suficientemente impresionantes por sí mismos, por su capacidad de regenerar extremidades perdidas y mantenerse “jóvenes” durante toda su vida.
A diferencia de otras salamandras que se someten a metamorfosis, los ajolotes nunca superan su etapa larvaria, juvenil, un fenómeno llamado neotenia. Esto significa que mantiene su aleta dorsal en forma de renacuajo, que se extiende casi a lo largo de todo su cuerpo, y sus branquias externas plumosas, que sobresalen de la parte posterior de su amplia cabeza. Sus rasgos juveniles incluyen branquias plumosas que brotan de sus cabezas como una melena, pies palmeados, una aleta dorsal que corre a lo largo de su cuerpo y una cola.
Aunque conservan sus branquias, los axolotl adultos también tienen pulmones funcionales y pueden respirar a través de la piel. Y como si ser bebés para siempre no los hiciera lo suficientemente increíbles, sus bocas forman siempre una sonrisa.
Esas pequeñas sonrisas dulces pueden convertirse rápidamente en aspiradoras cuando llega la hora de comer. Los ajolotes chupan a sus presas, que incluyen crustáceos, moluscos, huevos de insectos y peces pequeños.
Localizados exclusivamente en Xochimilco, cerca de la Ciudad de México, los ajolotes se diferencian de la mayoría de las otras salamandras en que viven permanentemente en el agua. En casos extremadamente raros, un ajolote progresará a la madurez y emergerá del agua, pero en general, se contentan con permanecer en el fondo de los lagos y canales de Xochimilco.
Posee caracteristicas similares a las de una salamandra.